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Corona


Por Humberto Fuentes Panana


La escasez de cerveza durante la cuarentena del COVID-19 provocó desesperanza en más de un hogar mexicano. Una cosa es estar encerrado y obligado al tedio de la convivencia forzada y otra cosa completamente diferente es tener que hacerlo en absoluta sobriedad.


Más allá de lo anecdótico de la situación, este ejemplo esconde el lado más oscuro de la pandemia. ¿Qué nos ocurre? Estamos obligados al espejo. Somos los que provocamos desabasto de papel de baño, ante la amenaza de la pandemia. Somos los que no se quedan en casa. Somos los que corremos a la tienda cuando levantan la Ley Seca y bailamos cuando llega el de la tuba.


Tal vez esta actitud tan osada con la que las personas en México vislumbramos la reapertura nacional tenga un mórbido fundamento racional. Al 19 de mayo, 5,666 personas han muerto de COVID-19 en México, de acuerdo con los datos oficiales. Aunque reportes periodísticos advierten que las cifras son más altas. Tan sólo en la CDMX, se estima que las defunciones podrían ser tres veces más que las reportadas hasta el 12 de mayo, con cerca de 4,577 fallecidos. 13,248 mexicanos fallecieron durante accidentes de tránsito en 2019. 24,422 mexicanos murieron por homicidio doloso con arma de fuego y 1,619 fueron víctimas de secuestro en 2019.


Desde una comparación internacional, para los mexicanos el cambio de probabilidad de morir súbitamente, dada la pandemia, es menor que para personas de otras nacionalidades. Sin embargo, al interior de México, el cambio es súbito entre los diferentes niveles socioeconómicos. La saturación de hospitales no afecta el nivel de riesgo con el que vive el 56% de las personas empleadas informalmente. Mientras que, para los fifís que cuentan con seguro médico privado la situación cambia radicalmente. En tiempos de COVID-19, un respirador se vuelve impagable, como lo pudimos ver en Nueva York… o como lo entendió el hijo de Bartlett.


Esta pandemia nos presenta de manera omnipresente el lado más oscuro del neoliberalismo. Ése que evidencia que no todas las vidas valen lo mismo y que hay instituciones —gubernamentales, formales y sociales— diseñadas para mantener tal desigualdad. Resultaría hilarante, pero inspirador, que al final de la pandemia Andrés Manuel López Obrador le dé una lección moral al mundo, al predecir acertadamente el fin del neoliberalismo. La profecía cumplida significa la ascensión del mesías.


En este universo donde AMLO es efectivamente un profeta, la contradicción que podría implotar al neoliberalismo está en limitar el nivel de riesgo que corren las personas; pero no el de los capitales. Es imposible que la economía imaginaria de la bolsa de valores funcione bien, si los centros de trabajo están cerrados.


Sólo faltaría una condición para que esta situación se vuelva revolucionaria: que los chairos tengan mejor sistema inmunológico que los fifís. En este mundo diegético, el México después de la cuarentena pudiese tener una profunda nueva normalidad. Romper la cuarentena puede ser una decisión acertada para todo el país y la popularidad del presidente.


Rumbo a la nueva normalidad, sea como sea, seguiremos expuestos cotidianamente a las desigualdades que nos dividen y lastiman. Es momento de tomar acción para corregirlas. Porque no es lo mismo esperar hasta que el repartidor de cerveza rellene las caguamas del depósito que pedir cervezas artesanales en línea desde la comodidad del teléfono móvil, aun cuando hay cerveza suficiente para todas las personas que quieran.


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