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Desinformación y fake news, enemigos a vencer en medio de la pandemia


Por: Daniela Flores González


Desinformación y noticias falsas (coloquialmente llamadas por el término en inglés fake news) no son conceptos nuevos. Sin embargo, es un hecho que en momentos de crisis forman parte de las palabras más populares en el día a día, principalmente en las redes sociales, aunque cabe mencionar que no son el único medio para tergiversar la realidad.


La pandemia de coronavirus (COVID-19) no ha sido la excepción en los últimos meses. Así lo ha planteado el académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Luis Ángel Hurtado. De acuerdo con el investigador, el 83 por ciento de la población ha recibido noticias falsas mediante diversas plataformas. Esto, desde que comenzó a propagarse este padecimiento que ha infectado a más de dos millones en el mundo.


No basta con ignorar la desinformación

En cuanto a la desinformación, hay quienes creen que recibir mensajes con datos o discursos poco precisos, no verificables e, incluso, alterados, resultan evidentes. Además, pareciera que lo único necesario para combatirlos es ignorarlos.


Sin embargo, ¿qué ocurre cuando se disfrazan del medio de comunicación que más revisamos, del líder de opinión a quien más leemos o, peor aún, de nuestros familiares en quienes más confiamos?


Desinformación: el enemigo que se mimetiza

El pasado 15 de marzo, las redes sociodigitales estallaron con un nuevo escándalo: “El empresario José Kuri, primo de Carlos Slim, se convirtió (por un instante) en el primer muerto por coronavirus en México”. De hecho, todos los medios traían la noticia de “Última Hora”. Todos mantenían la versión de que la esposa del “difunto” había confirmado su muerte.


Horas más tarde, la confusión inundó Facebook, Twitter e Instagram. Periodistas de gran renombre en México habían replicado la información. No obstante, ahora decían no estar seguros de la noticia que generó pánico en quienes conviven en el ciberespacio. Al poco tiempo, cada vez más hogares mexicanos se enteraron una vez que el mensaje llegó a la televisión.


Este escenario de terror duró poco tiempo, pues la víctima del COVID-19 y de la desinformación no había muerto. En realidad, tuvo un paro respiratorio del cual se recuperó a los poco minutos. Sin embargo, seguía en estado crítico y aún luchaba por vencer la enfermedad. No sólo el público fue víctima del miedo ante una noticia replicada por todos, también la familia del hombre seguramente pasó horas en poder tranquilizarse.


Éste es sólo uno de los cientos de episodios donde en los últimos meses la desinformación y las fake news han jugado con las emociones de la ciudadanía. Y, peor aún, con sus decisiones. Aquí está el gran riesgo de las narrativas no verificables. Éstas se mimetizan con los espacios, las instituciones y las personas en quienes confiamos.


¿Para qué necesitamos la información?


Desde tiempos remotos, Immanuel Kant ya hablaba de la necesidad de una sociedad informada con dos objetivos. El primero, construir comunidad frente a hechos en común. El segundo, consolidar una voluntad general racional y, por ende, informada. Con ello, se construye una colectividad capaz de valorar los hechos, entenderlos y elegir lo mejor para sí mismo y el grupo en que se desenvuelve.


Cuando conocer sobre lo que nos rodea resulta clave para darnos certeza y dirigirnos en este mundo, la información se convierte en un tesoro sumamente valioso. De hecho, esto resulta importante tanto para el individuo como para la comunidad donde se desenvuelve. Si no lo fuera, no existirían millones de bots, cuentas falsas y medios no verificados que viven del “clickbait”. Esos maestros del engaño que construyen escenarios tan estructurados que parecen reales.


Por ello, la principal recomendación a nivel internacional es elegir una fuente de primera mano por encima de las demás y, a ella, exigirle cuentas claras, precisas y verificables. De hecho, en la lucha contra la desinformación, los principales aliados deberían ser las dependencias de salud, los gobiernos, los organismos internacionales y las instituciones académicas.


  • “Si se facilita información precisa, pronta y frecuentemente en un idioma que las personas entiendan y a través de canales confiables, la población podrá tomar decisiones y adoptar comportamientos positivos para protegerse a sí mismas y a sus seres queridos de enfermedades como COVID-19” (OPS, 2020).


En el contexto de la pandemia, los organismos internacionales lo han dicho hasta el cansancio: “La información oportuna y basada en evidencia es la mejor vacuna contra los rumores y la desinformación”. Así lo afirmó el subdirector de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el doctor Jarbas Barbosa, en febrero de este año.


Los riesgos de la desinformación en la propagación del coronavirus

Académicos de la UNAM explican que este tipo de momentos críticos ponen en evidencia la guerra discursiva en el espacio público y su extensión, el ciberespacio. En realidad, se trata de enfrentamientos donde todos quieren llamar la atención y poner por encima sus intereses. Lo más peligroso: se valen de todo para lograrlo. Por ejemplo, la información que consumimos.


Durante la pandemia ha quedado en evidencia lo que comunicólogos políticos han definido como “espectacularizar la información”. Particularmente, esto implica retomar datos y darles la vuelta para contar la historia que más se ajusta a los intereses.


El ejemplo al inicio de este texto hizo referencia a un malentendido generado por las presiones al interior del gremio mediático. Ahí, todos buscan dar la nota más allá de pensar en una verificación. No obstante, en la guerra de la desinformación no todo son rumores ingenuos, hay discursos que mienten, confunden y aterran de forma premeditada.


En días recientes, un gran consorcio mediático dijo a través de uno de sus líderes de opinión con más impacto en México: “no crea en las cifras que ofrece el gobierno en sus conferencias diarias”. Esta narrativa es una de las más peligrosas en el marco de la pandemia.


Este tipo de mensajes trascienden su discurso. Su impacto en la realidad podría generar consecuencias lamentables. No es un mensaje que cuestione con fines de diálogo. En realidad, es un discurso que llama tajantemente a una de las acciones de mayor riesgo en este contexto: “no hacer caso. Salir de casa. Seguir una vida normal”.


Si analizamos la experiencia internacional, queda claro que el panorama actual debe entenderse con mesura. Además, cualquier palabra en el espacio público puede traer consecuencias. En este caso, ignorar las indicaciones de quienes nos han solicitado quedarnos en casa, podría llevar a un brote mucho mayor del coronavirus. Lamentablemente, esto arruinaría el esfuerzo de millones de personas que han seguido indicaciones.


Episodios como los previamente mencionados amenazan día con día los esfuerzos de millones de personas contra la pandemia: ciudadanos, médicos, funcionarios y medios de información. Por ello, resulta indispensable señalarlos, analizarlos y obtener cada vez más aprendizajes sobre cómo identificar un mensaje “tóxico”.


Posteriormente, compartir este conocimiento con quienes nos rodean puede hacer la diferencia en todos los niveles de la sociedad. Como plantea Kant en su postulado de una voluntad racional, la suma de la ciudadanía informada lleva a decisiones encaminadas al bien común.


Recomendaciones ante la desinformación


No se trata de no cuestionar, sino de saber hacerlo. En el marco de la pandemia, en Invernaideas te recomendamos lo siguiente:






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