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¿Los líderes no usan cubrebocas?

En tiempos de coronavirus (COVID-19), los líderes mundiales son el rostro de la forma en que un país maneja y concibe la emergencia sanitaria. En ese sentido, la ciudadanía voltea a verlos diariamente para obtener algo de certeza y calma, pero, lo más importante, un modelo a seguir. Entonces, ¿por qué tanto alboroto por un cubrebocas?
En días previos, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, comentó en una de sus conferencias que no usaba cubrebocas porque su efectividad no estaba demostrada científicamente. Él no ha sido el único que se ha negado a usarlo. Por su parte, el presidente estadounidense, Donald Trump, ha tomado una decisión similar. Lo mismo ocurre con su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro, quien, incluso, dio positivo a la prueba de COVID-19.
No es casualidad que Brasil, México y Estados Unidos, se encuentren entre los países con más número de muertes y contagios, de acuerdo con las cifras de la Universidad Johns Hopkins. A pesar de que esto se debe a un sinfín de factores como el nivel poblacional, la presencia de enfermedades crónicas, así como a las políticas de control epidemiológico, a esta fórmula se añade un papel esencial: el liderazgo.
El sustento de las afirmaciones de estos líderes resulta impreciso. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés) de EE. UU. comentan que el cubrebocas no es garantía de no contagiarse, e, incluso, puede dar una falsa sensación de seguridad. A pesar de ello, lo ven como parte del paquete de medidas para evitar la propagación del coronavirus. Por ello, recomiendan su uso. Esto, particularmente, cobra gran relevancia en espacios públicos cerrados, centros de trabajo, entre otros.
Sin embargo, su error como líderes no sólo es afirmar con imprecisiones que la ciencia no lo recomienda. También, han dejado de lado lo que un cubrebocas implica en el marco de la emergencia sanitaria. Este equipo de protección personal se ha convertido en un símbolo que representa cuidado, responsabilidad, prevención y, en específico, solidaridad con el resto de los ciudadanos. De esta forma, el cubrebocas se ha convertido en un artículo esencial para el ejercicio de la comunicación política.
Incluso, el especialista en enfermedades infecciosas de EE. UU., el Dr. Anthony Fauci, confirmó la importancia simbólica del cubrebocas. En una entrevista con CNN, el doctor destacó que éste es un “símbolo de lo que todas las personas deberían poner en práctica”. “Yo quiero protegerme y proteger a los demás”, destacó. Además, comentó que el uso de cubrebocas debería ser considerado un símbolo de respeto hacia los demás.
En consecuencia, este preciado objeto de la “nueva normalidad” es ejemplo del cruce entre la ciencia y la política en plena pandemia. Los científicos están a cargo de definir cómo utilizarlo, mientras que su uso por parte de los líderes mundiales proyecta un reconocimiento al discurso de las instituciones y especialistas a cargo de combatir el virus. Esta construcción conjunta de legitimidad también dice más que mil palabras y puede salvar millones de vidas.
En un contexto donde, según el barómetro de confianza de Edelman, el coronavirus ha elevado de forma histórica la confianza de los ciudadanos en el gobierno, es más que claro que su responsabilidad es mucho mayor. Según dicho indicador, las instituciones gubernamentales tienen actualmente entre un 61% y 65% de respaldo ciudadano. Ésta es la primera vez en 20 años, en que este indicador arroja un resultado tan elevado.
Esto implica que los ciudadanos han optado por recurrir a las instituciones como una guía en un plano tan incierto como el de la pandemia. En ese sentido, quienes están al frente de ellas simbolizan el comportamiento idóneo frente a la crisis. Su liderazgo otorgado por su legitimidad, ya sea legal, tradicional o carismática (desde la perspectiva de Max Weber) será definitivo para la forma en que los ciudadanos se cuiden a sí mismos y a sus familias.
Por eso, cuando un jefe de Estado no se suma a las medidas respaldadas por la ciencia, genera un mensaje equivocado y peligroso para todos. Actualmente, omitir el cubrebocas en un discurso político reduce el coronavirus a un problema de creencias, donde se puede o no admitir la existencia del virus, aunque más de 16 millones de contagios y 650 mil muertes dejan más que claro que este virus no es un juego.
Así, los líderes que no usan cubrebocas ponen en riesgo a los ciudadanos que representan. Si se desea una “nueva normalidad” con el coronavirus bajo control, emitir el mensaje de que “el virus no existe” o “sólo es una gripa”, llevará a dichos países por la ruta equivocada. El liderazgo en el combate a la pandemia es tan importante como las vacunas en curso.